jueves, mayo 31, 2007

¿Quién puede matar a una oveja?


No sé vosotros, pero a mí hay animales que me producen una inusitada ternura, casi enfermiza. A saber: los perros pachones, esos de orejas largas y ojos colgones; los mapaches, con esa pinta de ladrón distraido; los pandas, por el motivo que todos sabemos; los bueyes, con ese caminar impasible del que se sabe de vuelta de todo. los perezosos, koalas y demás fauna lasa y vaga; y sí, las ovejas. El ganado bovino. Esas que usamos para cuando no podemos dormir, que contamos una y otra vez, imaginándolas pegando brincos sobre troncos una y otra y otra vez hasta que caemos rendidos, si, de aburrimiento.
Jonathan King es un tío listo y con muchas ganas de pasarlo bien. Amante sin duda de la corriente splatter que combina humor absurdo y casquería (desde aquel caballero negro de la Monty Python hasta el Braindead de Peter Jackson, pasando por los cartoons de Chuck Jones o Tex Avery), ha introducido en su ópera prima un elemento apenas explotado en la historia de las monster-movies: el elemento entrañable como amenaza ominosa. Acostumbrados como estamos a películas con calamares, arañas, cocodrilos, serpientes, simios gigantes, polillas (que en su tamaño natural no es que sean muy amenazantes, pero feas son un rato), el señor King no se le ocurre otra cosa que asustarnos con ovejas: ese pequeño, torpe y lanudo animal que se pasa toda la vida con una mirada que podríamos traducir en: "mi vida es miserable, acaba con ella o adóptame y llévame contigo de viaje por Europa". "Black Sheep" narra la historia de un joven con fobia a las ovejas, que retorna a la granja, otrora regentada por su difunto padre, no sin encontrarse con un hermano pérfido que experimenta geneticamente con el ganado, un cateto con pocas luces pero de gran corazón (como todos) y una rubia prieta, ecologista, vegetariana, adicta a la cultura zen, llamada Experience (sic). El novio de Experience, un perroflauta con ganas de cambiar el mundo pero ceporro como él solo (otra perogrullada) roba un feto mutante de oveja y, en la huida, se le cae. El feto resulta ser una pequeña oveja, con bastante parecido a aquella rata-mono que aparecía en la anteriormente citada "Braindead", que muerde la oreja del desdichado hippie, y los morros de una compañera. Así ya tenemos el circo montado: por un lado, las ovejas buenas sin infectar y las malas con una feroz hambre de carne humana; y por otro, los hombres-oveja, también con muy mala leche y aspecto bastante desalentador. El resto se lo pueden imaginar: un festín de mutilaciones (menos de las deseadas) y mucho humor de brocha gorda (las ovejas parecen tener un grave problema de gases), rematado por un final antológicamente explosivo.
Jonathan King ha demostrado como se puede todavía innovar en el asfixiante mundo del splatter. Con demostrar simpatía por el género, y tomándoselo a broma, completamente en serio.