lunes, febrero 12, 2007

Apocalypto

Si tuviésemos que apuntar con un dedo al primer alma artística libre que viésemos deambulando por Hollywood, seguramente acabaríamos con un dolor de brazos descomunal. Se cuentan con los dedos de una mano (¿Clint Eastwood?, ¿Woody Allen?), por lo tanto, toparse con uno de ellos es siempre una satisfacción, por mucha repugnancia que nos den sus ideas políticas o sus actos (in)cívicos. Buena muestra de ello es Mel Gibson, católico practicante, homófobo, lindezas varias que todo buen espectador, mal que nos pese, deberíamos obviar al enfrentarse a su obra creativa. Básicamente, porque de él es lo (único) que nos (debería) importa.

El señor Gibson, consciente del cariz suicida de sus proyectos megalómanos, no duda en financiárselos él mismo. Lo hizo con su apabullante versión de "La Pasión De Cristo", película de indudable magnetismo que se veía lastrada por un excesivo, en ocasiones, barroquismo visual. Y lo ha hecho con la impecable "Apocalypto", rodada en lengua maya y con actores no profesionales provenientes de tribus indígenas.

"Apocalypto" es una obra que aturde los sentidos, viva como un organismo pensante y pluricelular, que no se debe ver como tratado histórico de una época, conclusiones derivadas de una desafortunada promoción del film. Ante todo, se debe disfrutar como la gran obra de aventuras que es, atemporal y universal. Una historia que versa sobre el saqueo y destrucción de un poblado maya, la huida de uno de sus prisioneros, y la posterior venganza por parte de éste último.

Gibson narra a la perfección todos y cada uno de los sucesos que se nos presentan en pantalla, con un sentido del ritmo impecable (con una profusión de secuencias en fundido que nos sirve como herramienta para el respiro) y una belleza plástica más allá del gore infundado que les han querido ver sus detractores. Si bien es cierto que "Apocalypto" es una película violenta, nunca deja de estar enmarcada dentro de los parámetros del cine de aventuras, una violencia efectiva pero inofensiva, que no se adentra en los resortes de lo malsano y que únicamente ilustra el magnetismo bestial de una época. Época en la que no evita dejar su huella visual de educación judeocristiana (¿Acaso no se establecen paralelismos entre la subida de Jesucristo al monte de los olivos, y la peregrinación doliente de los prisioneros mayas atados en hilera a troncos por los brazos? ¿O ese gusto por el enfoque de las heridas convertidas en yagas?) o su ensalzamiento por valores como la familia (el más importante con el que cuenta la película), retazos para nada incómodos que se aceptan gustosos una vez que se entra en su maravilloso y frenético juego de cine de acción.

En el lado de los contras, podríamos achacar un ingenuo maniqueísmo a la hora de retratar a los villanos de la historia (esos huesos que adornan sus musculados cuerpos, esas miradas furibundas, esos actos de sadismo), el gusto del australiano por aderezar sus películas con unos cuantos planos en cámara lenta, o ciertos pasajes que no aportan más que espectacularidad, sin darle enjundia a la trama (véase la caída del árbol, por ejemplo). Sin embargo, no dejan de ser bobadas si las enfrentamos al conjunto, una película de aventuras y acción como las que ya no se hacen.