martes, junio 05, 2007

hostel 2



Nota: La siguiente reseña se basa en el visionado del workprint que ha sido filtrado en los programas P2P. De todas maneras, no hay visos de que el resultado final vaya a distar mucho de lo que pude ver. Aunque, en los tiempos que corren, quien sabe...

Nuestro querido amigo Eli Roth, lo más autenticamente seventies que importamos de los USA junto a Rob Zombie, está a puntito de estrenar en todo el mundo la secuela de su exitosa Hostel. A día de hoy, a un año de su estreno, aún la tenemos fresquita: la cinta de Roth ha sido la última película-fenómeno llegada desde norteamérica, a tenor de lo ofrecido a través de la prensa extranjera y su exhibición previa en festivales: que si su violencia alcanzaba límites casi insoportables, que si era machista, misógina, homófoba, que si la gente se había desmayado durante alguno de sus pases...todo ello aliñado por una memorabilia que nos retrotraía a tiempos mejores para el cine de terror: fábricas chorreantes de tuberías desencajadas, angostos pasillos que parecían no tener fin...y unos carteles que desafiaban las leyes pacatas y moralizantes de la (fascista) MPAA: un tipo enfundado en un vaquero marca-paquete a lo "Sticky Fingers" de los Rolling Stones, agarrando una cabeza despojada de su cuerpo de mujer o una taladradora insertada en la boca de una de las víctimas, con la broca formando un siniestro relieve a lo largo de la garganta.
La premisa de Hostel era poco original: nos retrotraía a la típica historia de la caza del hombre, pero con una ligera variante para adaptarla a los tiempos que corren: un grupo de ricachones hastiados de no saber en qué gastar el dinero, se dan cita en una fábrica ignota de un país dejado de la mano de dios, ejem, los EEUU, Eslovaquia, para torturar adolescentes, en general turistas borrachuzos pre, post, o directamente Erasmus, dispensados previamente por una organización a través de subasta por internet, a lo E-Bay (1). Así, un grupo de tres jovenes ávidos de sexo fácil, se encuentran con que van a experimentar otro tipo de pérdida de fluidos en la pérfida Europa. De nuevo, motivo para la polémica: Eli Roth afirmó haberse basado para la historia en algunos sitios web en los que había gente que ponía precio a su vida. Pocos le creyeron poniendo el grito en el cielo y acusando al cineasta de nada menos que emprender una campaña alertando de los peligros que supone el viejo continente. Nada nuevo bajo el viejo sol de lo políticamente correcto.
Para Hostel 2, Eli Roth sabe como pasarse por el forro de sus tejanos a todos los criticuchos de tres al cuarto, asumiendo su espíritu de secuela nonsense: en lugar de seguir las peripecias del único superviviente de la primera masacre, opta por cambiar el sexo de los portagonistas, y ahora en lugar de ser tres varones salidos, son tres hembras ávidas de... arte. Estudian pintura en Roma y allí, una modelo, les invita a desestresarse en el mayor y mejor spa del mundo. Bingo. Está en Eslovaquia, y la historia, de aquí al final, se la saben de sobra. ¿Por qué, entonces, hemos de pasar por caja? No solo por verle el careto majestuoso y de bella madurez a la añorada Edwige Fenech, o por ponerle cara al recuperado Ruggero Deodato. Hostel 2 cuenta con un factor que, si en otras secuelas se presenta como una gran traba, aquí se manifiesta como un alivio: el sorpresa. Una vez que ya sabemos que todo el tinglado lo forman unos ricos caprichosos, ¿qué queda? pues mostrar un poco como lo hacen, como se organizan, qué pintas tienen, etc. Y si bien no se ha aprovechado del todo esa cara del relato (2) sí que se ha tirado de bastante humor negro y mala leche (3). Por lo tanto, la acción comienza desde el primer minuto de la cinta, (4) desarrollándose cómodamente casi en su integridad en la bella Eslovaquia, con una fotografía tenebrosa (5) y con eminentes guiños al fantaterror europeo (si antes citábamos la participación de la Fenech y el señor Deodato, no podemos pasar por alto una de las escenas cumbre de la cinta, en la que la condesa Bathory es dígnamente homenajeada). Aparte, el elemento 'crueldad' de la película, lo que todo el mundo espera, por lo que todo el mundo va a ver la película, a ver si ahora vamos a ver porno por las cosas que se dicen, es superior a la primera, con creces. La primigenia Hostel contenía un puñado de escenas incómodas, pero todas apegadas a un aire cómic lo suficientemente acentuado como para que el espectador pudiese mantenerse a cierta distancia, y el efecto, más que nauseabundo, fuese de carcajada sonora (6). Sin embargo, en esta secuela sí que hay escenas que pueden incomodar (7).
Con Hostel 2, Eli Roth ha conformado un extraño híbrido entre las cintas de exploitation europeas de los 70 y el terror de diseño adolescente contemporáneo, tomando de cada uno lo mejor y evitando el acercarse a la burda comedieta adolescente.

(1) De esto no tenemos constancia hasta bien entrada la secuela.
(2) Tampoco dan para mucho sus ajustados 93 minutos.
(3) Por ejemplo. el método para seleccionar a las víctimas, la ropa que llevarán, o las armas que usarán.
(4) Son en esos minutos en los que Roth demuestra, aparte de tenerle un cariño inmenso al cine de género, una cara dura que embarga y que, sin duda, provocará gritos de hereje entre el fandom más recalcitrante y corto de miras.
(5) Por ejemplo. los momentos justamente anteriores al secuestro de la bella Beth, interpretado ajustadamente por Lauren German, con el spa a modo de estepa desolada.
(6) Aún recuerdo el tijeretazo al ojo, o el corte a los talones, más propio de los delirios de Peter Jackson, que del rollo malrollista de, pongamos, Buttgereit.
(7) Un brutal asesinato, curiosamente, en off, o la última de las escenas, homenaje declarado al género de caníbales/mondo que originó el ya citado Ruggero Deodato.

Grindhouse (1): Planet Terror


La primera película del díptico que conforma este ejercicio de estilo nostálgico llamado Grindhouse, lleva por título "Planet Terror" y está dirigida por el injustamente denostado Robert Rodriguez. Cuenta la (confusa adrede) historia de un arma bacteriológica que diezma a la población mundial, convirtiendo a la masa en una enfebrecida piara de zombies, con el único propósito de aniquilar, mutilar, desmembrar, y pegar más de un mordisco. Sin lugar a dudas, el señor Rodríguez se ha tomado el asunto muy en serio: las interpretaciones son abismalmente histriónicas, llevándose una montaña de laureles el desaparecido Josh Brolin, o Michael Biehn, que ilustra los pasajes más 'macho-épicos' de la historia. El tono del film, el esperado: humor negro a espuertas, gore a paletadas, mucho más del que estamos acostumbrados en una gran producción de hollywood, y muy poca vergüenza; una capacidad para crear iconos asombrosa (la imagen de la bailarina gogó, con la pierna amputada y reemplazada por una metralleta, la enfermera con el rimel corrido empuñando jeringuillas); jugosos cameos que se extienden más allá de lo anecdótico (Tarantino y su ya típico papel de maníaco sexual, Bruce Willis, esta vez ejerciendo el papel de malo de la función o Fergie, de The Black-Eyed Peas, mero florero para marcar tetas y justo guiño para lo que suponía este tipo de productos en la época en la que florecieron.
Hay que decir que Grindhouse ha sido un total y absoluto fracaso en los USA. Las razones que se me ocurren, a bote pronto, pueden ser varias: uno ya no está acostumbrado a meterse en un cine y ver mas de 180 minutos de cine, a no ser que sea Titanic o El Señor De Los Anillos, esto es, una filmación pulcra y limpia que dista mucho del grano gordo, los trazos de rollo sucio y el sonido cuasi monofónico del que hace alarde el proyecto Rodríguez-Tarantino. Otro, podría ser, que el público aficionado a las dobles sesiones vivía en otra época de la historia radicalmente distinta a la actual, más acostumbrado al machismo o la violencia cruda sin adornos o coartadas de ningún tipo, menos apegada a la violencia fashion contemporanea. Sea cuales sean los motivos, Rodríguez ha firmado en esta película uno de sus más sinceros y mejores trabajos, entretenido hasta la nausea, vertiginoso, arrebatador y deliciosamente chabacano. Sin medias tintas, como en los viejos tiempos.