jueves, abril 10, 2008

Paranoid Park


Llegará un día en el que Gus Van Sant acabe haciendo películas mudas. Películas que casi no contengan ni gestos, que todo lo que se cuente se haga con lo mínimo, elementos depurados hasta la línea invisible. Después de la trilogía conformada por Gerry, Elephant y Last Days llega Paranoid Park, premiada en Cannes con motivo del 60º aniversario del festival. Cuenta la historia de un adolescente aficionado al monopatín, que debe enfrentarse a un desagradable accidente en un parque al que sólo van chicos desarraigados y sin futuro (o casi) a desahogar su violenta frustración rodando sobre una tabla de skate. Alex es alguien normal, tan normal como cualquier adolescente con pintas postgrunge. Inane, inocuo, ataviado por la sencillez del conformismo y la rutina, vive en una familia desestructurada, pero eso no es lo que importa. Van Sant nos lleva de la mano a un territorio sinéstesico, con una fotografía abrumadora y sin que lo que se nos cuenta sea demasiado llamativo como para que impere la historia sobre la imagen. Es cine casi abstracto, que se funde con los pensamientos del protagonista, cuya silueta se diluye contra el paisaje y cuyos movimientos percuten en nuestro cerebro como la voz del hipnotista. Su banda sonora despista, el musical de Broadway aparece en momentos dramáticos y el minimalismo apuntala esos paseos por el pasillo que tan bien se le dan al cineasta desde su obra magna "Elephant". Es cine que apela a los sentidos, que se huele, se toca y se come. Y forma aleaciones entre el cerebro y el corazón
Un día, Gus Van Sant hará una película sobre un fondo blanco, en silencio, y nos la creeremos. Y nos gustará. El genio se alcanza con la depuración, y "Paranoid Park" es magra, no le sobra ni le falta nada. Un completo imperio de los sentidos.