The Blair Witch Project (Daniel Myrick, Eduardo Sánchez, 1999)
"The Blair Witch Proyect" supuso toda una revolución en el campo del marketing cinematográfico. De hecho, esta película es lo que es, para bien o para mal, gracias a la publicidad. Y digo para bien o para mal por una sencilla razón: vivimos en una sociedad totalmente mediatizada; si sobresaturamos los "mass media" con un determinado producto, llámese película, lavadora, desodorante o, incluso, vaya usted a saber, un revolucionario compuesto tonificante elaborado mediante la mezcla de orina de armadillo y ojos de murciélago, todo el mundo lo consumirá compulsivamente; ya dará igual que estés realmente interesado en el producto en sí; ya dará igual que lo hayas adquirido mediante iniciativa propia; irás a verlo, en nuestro caso, porque TODO el MUNDO habla de él, y si no lo ves no tendrás tema de conversación, serás un bicho raro, un ser galáctico de otro planeta.
Este prólogo viene al caso a raíz de hablar con personas que vieron en su día esta película. Todas las críticas negativas versan sobre lo mismo: no es la película que a mí me vendieron... en la publicidad parecía otra cosa... vaya estafa...
No, señores, no. Estafa, ninguna. No somos tontos, sabemos que la publicidad, muchas veces, es engañosa. Y el que vaya a ver una película llevado por su campaña publicitaria y, después, no le guste, yo le digo sinceramente, que se aguante.
Y vamos con la película en cuestión. Dejémonos de sobadas polémicas al relacionar esta película con la malsana "Holocausto Caníbal". "The Blair Witch Proyect" es un falso documental. Intenta extraer una parte de la realidad, un hecho terrible acaecido a tres jóvenes: a la vez, intentan realizar un documental sobre un mito, una leyenda urbana, una "mujer del saco". Un juego de "documental-dentro-de-documental".
Al intentar dotar a la película de una carga de realidad evidente, los directores, que no tienen ni un pelo de tonto, resuelven formalmente su trabajo: con el uso de la cámara en mano. Que si qué mareo... que si voy a vomitar... ¡pero si es el trabajo de tres adolescentes sin medios! ¿Que pretende el público? ¿Que rueden una superproducción con cámaras ultramodernas con los trípodes más caros del mercado?; con una fotografía granulosa y de mala calidad, unos encuadres difíciles y casi insoportables de aguantar; un sonido directo deficiente, unas interpretaciones improvisadas... todo esto al servicio de una trama funcional e inquietante. Vamos conociendo a los diferentes personajes, no como ellos actúan, sino como los efectos externos actúan sobre ellos. En el momento en el que recuerdas cuando eras pequeño, y no tan pequeño, y te marchabas con los amigos al campo, la película te suelta y no te deja escapar hasta el rotundo, cruel y escalofriante final.
Los mecanismos del terror usados en esta película son inteligentísimos, de una imaginación maquiavélica: ruidos extraños en cuarto o quinto plano en el silencio de la noche... un puñado de piedras situadas estratégicamente, enfrentadas a las tiendas de campaña, las risas de unos niños... sus huellas sobre un caserón abandonado... unos diabólicos signos colgando de los árboles...
De verdad que esta película no ha sido correctamente comprendida. Mal vendida, no debería haber pasado del circuito de salas, a veces despectivamente llamadas, de "arte y ensayo". Porque no estamos ante un "Se lo que hicisteis el ultimo viernes trece del verano azul", ni ante un "leyendas urbanas chachis III". Estamos ante un ejercicio de estilo, primero, y un tratado inteligentísimo sobre nuestro miedo más profundo, universal e inherente a la condición humana: el miedo al "horror vacui", a la nada, a la oscuridad ( de ahí la inteligente ausencia de sangre y visceras). Es, en definitiva, una de las obras que mejor definen lo que es el miedo en estado puro. Y el que no lo ve es, sencillamente, porque esta ciego.
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